Me entristecen los días lluviosos; causan una sensación
extrañamente intensa en mí, una sensación que me agrada. Aquellas gotas que
rosan en mi cara al mirar por mi ventana estremecen mi cuerpo y mis ideas,
humedeciendo mis labios ansiosos y mis pestañas opacadas por el calor de un
buen sueño.
Hace meses que no recurría al placer de escribir, tal vez
por la falta de tiempo o por las ganas de escapar, que no me permiten pensar
más allá de lo que veo… Puede que me veas y pienses en que mi posición frente a
la vida ha cambiado y que- en este momento- hasta me sientes algo asustada, si
es así, sólo piensa en la lluvia que corrompe el cielo afuera. La necesidad de
tenerte aquí me mantiene viva y permiten que las palabras fluyan como el agua
por las hojas de mi árbol, aquel que plantamos juntos en búsqueda de un nuevo
amanecer en la oscuridad en la que nos encontrábamos.
Inevitablemente siento que los minutos se hacen eternos en
este instante y congelaría la tristeza inminente que se aproxima, una tristeza
que extrañaba por la regresión que causa a mis recuerdos, a mis años anteriores…
a mi adolescencia, donde no existían los matices que engendraban la duda y el temor, donde nada importaba más que la certeza
del dolor que sentía, el dolor que sacaba el alma en la escritura y renovaba
mis ideales. Pues mi vida se construyó en base a la angustia y eso me hacía
sentir segura de mi destino.
Si lees esto comprenderás el por qué creo haber cambiado, mi
nuevo yo procura ser fiel a sus sentimientos y no da cabida al límite de la
soledad, me siento refugiada en el corazón de alguien más, positivizo toda
aquella oportunidad que tengo de reír y de escribir (lo que me lleva a no
anhelar al reptil e ir en búsqueda de la sequía), me preocupo más de mis ideas
al pensar algo perverso, me restrinjo de la inestabilidad… algo más bien paradójico
porque me siento más inestable que nunca. Me gustaría decirte que esta
tranquilidad me llena, que no me atormenta ni siento que me destruye a mi yo
real, me gustaría abrazarte para sentir la calidez de tus palabras en mi oído…
para sentirte nada más.
La vida se torna púrpura a medida que pasan los años, hace
que crezcas y madures en son de los frutos que recoges de tu árbol: llevo en mí
al mío propio, plasmado en los límites que necesité sentir hace años. Llevo al
mío tal como es; enclaustrado en un espejo y sin hojas que amedrentar el otoño.