miércoles, 21 de mayo de 2014



Me entristecen los días lluviosos; causan una sensación extrañamente intensa en mí, una sensación que me agrada. Aquellas gotas que rosan en mi cara al mirar por mi ventana estremecen mi cuerpo y mis ideas, humedeciendo mis labios ansiosos y mis pestañas opacadas por el calor de un buen sueño.

Hace meses que no recurría al placer de escribir, tal vez por la falta de tiempo o por las ganas de escapar, que no me permiten pensar más allá de lo que veo… Puede que me veas y pienses en que mi posición frente a la vida ha cambiado y que- en este momento- hasta me sientes algo asustada, si es así, sólo piensa en la lluvia que corrompe el cielo afuera. La necesidad de tenerte aquí me mantiene viva y permiten que las palabras fluyan como el agua por las hojas de mi árbol, aquel que plantamos juntos en búsqueda de un nuevo amanecer en la oscuridad en la que nos encontrábamos.

Inevitablemente siento que los minutos se hacen eternos en este instante y congelaría la tristeza inminente que se aproxima, una tristeza que extrañaba por la regresión que causa a mis recuerdos, a mis años anteriores… a mi adolescencia, donde no existían los matices que engendraban la duda  y el temor, donde nada importaba más que la certeza del dolor que sentía, el dolor que sacaba el alma en la escritura y renovaba mis ideales. Pues mi vida se construyó en base a la angustia y eso me hacía sentir segura de mi destino.

Si lees esto comprenderás el por qué creo haber cambiado, mi nuevo yo procura ser fiel a sus sentimientos y no da cabida al límite de la soledad, me siento refugiada en el corazón de alguien más, positivizo toda aquella oportunidad que tengo de reír y de escribir (lo que me lleva a no anhelar al reptil e ir en búsqueda de la sequía), me preocupo más de mis ideas al pensar algo perverso, me restrinjo de la inestabilidad… algo más bien paradójico porque me siento más inestable que nunca. Me gustaría decirte que esta tranquilidad me llena, que no me atormenta ni siento que me destruye a mi yo real, me gustaría abrazarte para sentir la calidez de tus palabras en mi oído… para sentirte nada más.


La vida se torna púrpura a medida que pasan los años, hace que crezcas y madures en son de los frutos que recoges de tu árbol: llevo en mí al mío propio, plasmado en los límites que necesité sentir hace años. Llevo al mío tal como es; enclaustrado en un espejo y sin hojas que amedrentar el otoño.