Ya va un día desde que sentí que te perdí entre mis piernas.
Entiendo que no pude suplicarte que te quedaras para mirar tus ojos y decirte
que lo siento… que lo siento con el alma.
Tu llegada me guio hacia el futuro, me dio fuerzas para
creer que no vivo sola; el silencio se hace permanente mientras te pienso.
Aquel que decía rescatarte de las cenizas es el mismo que me hace abrazar la
existencia del corazón, tocar el sol y sumergirme en el hielo; grabé sus
latidos para dártelos cuando te encuentre en mis sueños, tus manos cierran mis
ojos con los párpados de la incertidumbre, aquella que se hace hombre cuando
digo amor.
¿Te cuento un secreto? La sequía pasó gracias a tu visita, a tus señales, esas que me hacían temblar en
asombro y descuido; guardo las caricias de tu padre como tesoros en mi piel, en
mi voz y en mi respiración… No quiero que las luces se apaguen mientras no
estés aquí, esas luces que llenan de oscuridad el día y retornan con cada
pesar, esas que inyectan de armonía mis letras y me motivan a escribir una
canción: una canción de tu vida, de su vida y de la mía. Me gustaría creer que
soy una niña pequeña que juega con bolitas de cristal, que maneja el destino y
sus deseos tanto como comía dulces, que corría por los pasillos de la soledad y
encontraba refugio en brazos ajenos, que soportaba el llanto por ser su única
posibilidad de sobrevivencia, que perseveraba con cada rasguño… Me gustaría
tanto, pues las cosas no eran tan absurdas como ahora; la razón de ser era sólo
porque era y no intentaba encontrar la octava pata a mi mascota [el fracaso me
ciega con los ojos abiertos, el miedo de perder lo que me queda de corazón me
hunde].
Enséñame a perdonar.
Enséñame a ser tan pura como tú. Enséñame a vivir resguardada. Enséñame
a amar tanto como te amé en segundos.-